martes, julio 14, 2009

SERÒS (LÉRIDA).





Hace unos meses Pedro decidió apuntarse a un curso de la universidad de verano sobre tortugas marinas, y esto es precisamente lo que en un principio nos arrastró hasta Seròs. Durante el papeleo fue cuando llegó mi oportunidad de realizar el curso de cosmética natural.

Al llegar al instituto(foto de arriba), me enteré de que mi curso concretamente, tenía como fecha de comienzo el martes en vez del lunes, así que mientras Pedro acudía a clase, aproveché para perderme por las callejuelas del pueblo e ir conociendo a algunos de sus encantadores habitantes.

Siempre busco los campanarios, porque parece que cerca de ellos está todo el meollo, así que allá que me fui.

La iglesia cerrada a cal y canto. Si no veo el interior de la iglesia es como si no hubiera visitado el lugar en cuestión, me falta algo. Alrededor de las iglesias ha discurrido durante años la vida en las poblaciones y esto me llama mucho la atención, despierta mi imaginación. No soy de misas, ni curas. Mi mentalidad choca frontalmente con sus predicaciones, la verdad sea dicha, pero lo cortés no quita lo valiente y me gusta formar parte del eco hueco de cada paso que se da en el interior de estos edificios soberbios cuando están vacíos. Me atrae la sensación que las paredes centenarias transmiten cuando te acercas a ellas. El silencio parece envolverte obligándote a ralentizar los pasos. Da miedo casi respirar, y me maravilla ese sentir repentino de frenar la vida de golpe unos minutos para que la calma haga camino entre las grietas del espíritu y la paz que reina en su interior llegue hasta el mismo corazón.
Escuché una vez a una monja decir que hay tanto ruido en el mundo que ya no se escucha a Dios. Me gustó esa frase, aunque mi idea de dónde encontrar a Dios es muy peculiar, compleja y personal, pero de alguna manera es cierto, hay mucho ruido y se pierde mucha esencia entre los decibelios, así que en un momento determinado la iglesia puede ser un buen refugio para tener un encontronazo con una misma.

El campanario estaba repleto de nidos de cigüeñas y allí me pasé las horas muertas, mirando como iban y venían. Son enormes además de tozudas y persistentes, siempre se salen con la suya. Algunos lugareños les quitan los nidos y ellas regresan para hacerlos más grandes todavía. Si no quieres caldo, toma dos tazas.

Creo que , pese a no tener clase el primer día, aproveché bien la mañana en otro tipo de lecciones.

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